Para ellos, Carla, el transexual es el peligro.
El miedo a ser presentado, invadido, retado, posible. Temen las otras formas de estar en el mundo, cualquiera que sea distinta a la suya y se encuentre fuera de su catecismo. Temen cualquier expresión de libertad desde esas ataduras con forma de cilicio que rodean su sexo. Sienten pavor a perder el des. Conocimiento conocido, y una inquisición hereje de principio de siglo vaticina el final. Temen su propia sombra cuando el paso del tiempo desdibuja su aspecto. Cuando la madre tierra entrega nuevos frutos, luchas incombustibles sobre el saber y estar. No reconocen personas, única.Mente sexo, y su casualidad entre las piernas se alborota, solitaria y perdida, en consecuencias húmedas y mucho que ocultar. Temen tu inteligencia, tu postura, tu arrojo y posición. Temen, Carla, el análisis de su propio problema y la afrenta personal. Arañan sus hormigas y fuegos interiores para poder lanzar ese tremendo insulto, ese desprecio innato, esa manzana rota y arrojada que destila gusanos genealógicos, desde aquí al más allá. Su costilla de Adán, su docena de huevos estrellados sobre los mandamientos ?se dice- que divinos, penitencia y pecado, castigo al fuego interno, fiebre letal indigna directa a una señal que ya no indica ?excepto- esa temperatura insoportable que concluye el esputo. Por lo que a mí respecta, estoy contigo. Tus golpes son los míos. Mi dolor es el tuyo, y los bajos son ellos.