Como un desahucio violento, legal y dolorosoamnistiada por fin, libre del todo. Me levanté un día y vi otro rostro, una vida que no era ya la mía. Ni siquiera escrita en la lista de los desaparecidos. Poesía perdida que la robó otro. Otro. Decía, que tengas buenas pesadillas, puta mientras daba la vuelta dentro de un pijama roto y ensangrentado por sus propios arañazos. Un papel y otro lo decían, y lo decía él y yo me lo creía. Doce apóstoles. Doce años de lágrimas y surcos doce gotas de suero. Nadie te creerá nunca, me decía. No te dejo señales, no te pego. No tienes pruebas. Necesito escasamente dos minutos para hacerte llorar. Y yo lloraba
Opinión | 07 de marzo de 2009 Consuelo Garcia del Cid Guerra