Beo, beo... (sí, Beo, escribo bien)... ¿qué ves?... una cosita... ¿y qué cosita es?... pues hay que jorobarse: Es una diva. Ahora sienten la necesidad de explicarse una serie de cheerleaders añejas que, prósperas en su tiempo, hace ya mucho que perdieron el tren, mientras Charo Vega se sube sin reparos a un tranvía llamado deseo, de todas la más hermosa, con un salero inusual, que no le hace falta cantar ni bailar, casarse o divorciarse, tener o no tener. Nobleza obliga. Y yo lo sabía, es que lo sabía desde el primer segundo en que la ví en pantalla, porque reconozco a una posible estrella mediática en cuanto la veo (sí, he escrito Veo).
Charo: Cuéntalo todo, no te cortes un pelo. Te propongo una serie a lo Bárbara Cartland en la que las princesas -pongamos que hablo de Madrid- también lloren, se suenen, tiemblen ante el retraso del período -latente- tras la cobertura inmoral de un torero, vividor, canalla o pijo. Ahí es nada. Eres la reina del momentazo, abusa del caché en lo posible, imposible, probable e improbable. Sácales los hígados porque si no, lo hará cualquier otra hortera periférica recién salida de gran hermano. Qué horror. Que lo tuyo no es de silla, es trono.