Ataviadas con el manto de una desnudez tan brutal como el efecto del carmín sobre unos labios vírgenes, uñas negras pintadas en esas manos tiernas, sin defecto, forzadas al brillo. El color de la lujuria asalta sus cunas mientras se aumenta la potencia de unas luces de neón que publicita la pose, una y otra vez, disfrazadas de mujer voluptuosa. Esas sagradas formas no se tocan. Los pies nadan a sus anchas en un enorme zapato de tacón cuya aguja es aguijón. Puro veneno mental. Qué error. Qué inmenso error.
Quizá tras las imágenes se esconda la segunda parte de un acto criminal cuestionando su posterior prohibición, libertades varias insostenibles, expresión declarada, denfensores del morbo más exquisito que -por cuenta ajena- matarían ruiseñores a diario para entregarlos al más experto de los taxidermistas. No están fotografiadas, están disecadas. Lo siento. Nadie, absolutamente nadie, tiene derecho alguno a que las niñas se retraten así. Detrás de cada imagen hay ya una mano húmeda que -tiritando- gime. Y espero que duela tanto mi palabra como me daña el hecho de mirar esas páginas sucias que suda el pederasta.