La reunión

Aparecen en los bautizos, bodas, funerales y navidad. Es la sangre, pero sin fuerza, que late de pronto por obligación en reuniones forzadas y sus fechas señaladas. Me produce una tristeza similar a las fiestas de fin de curso. No acostumbran a recordar tu cumpleaños ni tú el suyo.

Opinión | 27 de diciembre de 2010
Consuelo G. del Cid Guerra

No sabes nada de ellos hasta que te lo cuentan, copa de cava en mano. Esa es otra. Con qué rapidez y facilidad dejamos de decir "champagne". Se impuso de pronto el cambio de palabra y nos la tragamos como lo tragamos todo. Pues verán, yo hace años que no asisto a este tipo de asuntos. Detesto que me feliciten porque ignoro el motivo por mucho que insista el Corte Inglés, las luces de la calle y los idiotas de turno que no te saludan siquiera durante el resto del año.

Aborrezco las comidas de empresa donde el alcohol deja profundas huellas, for ever and ever. Las fotos sacadas a traición, con la lengua fuera y un matasuegras, mientras el de atrás punta con dos dedos un par de cuernos sobre tu cabeza. Qué gracia. Y para perpetuarlo, se hace una especie de video muy hortera con canción melódica incluída cuyo significado no pinta nada, pero algunos hasta lloriquean, temporal.Mente sensibles.

La televisión acompaña mucho. Películas especiales con ding dang dong, abeto, comida familiar que al final consigue reunir a todos sus miembros, que se perdonan unos a otros las mil putadas pasadas y presentes. Abrazos blanditos, rápidos, con sonrisa dentífrica y sus besos de Judas. Paz y amor. Lo que ocurre con esto es que si lo cuentas tal cual, eres muy cruel. No tienes sentimientos, te haces fría, descreída, blasfema, irrespetuosa y mala. Pero yo es que ni trago ni juego. No me reúno porque sé que en ese cuadro escénico no pinto nada. No estoy dispuesta a reflexionar porque lo diga el calendario, ni a perdonar en un día cosas inolvidables en manos de cabrones que lo seguirán siendo. Gracias a internet se va perdiendo la clásica tarjeta postal brillante con angelitos, corderos que no son de dios alguno ni quitan el pecado del mundo, vírgenes pálidas que parecen estar a punto de desmayarse con un niño en los brazos -eso sí- monísimo. Hay algo en común entre esas horribles porcelanas de Lladró, aquellas escandalosas fotografías de David Hamilton y los "crismas" de Ferrándiz. Aquí y ahora, todo eso  ha pasado de moda, pero en algún lugar se vende, como la Navidad, producto de productos imperecederos. Pavo, angulas, huevo hilado, jabugo, salmón, langostinos e ibéricos varios. Nadie se hace bueno en unos días por mucho que se empeñe. La bondad pasa de largo ante la última cena de quien no puede comer y olvidó sus raíces. Del que camina sin esperanza hacia cualquier lugar. De quien ya no trabaja.
Buenas fiestas. Consideren mi ausencia garantizada.

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