Todo paisaje urbano es una jaula de madera donde entra el rebaño, desactivado y tonto. Asustado, más dócil que nunca en el país de jamás. No quiero pensar mis penas porque no hay para tantos. Aunque quisiera no podría repartir desventuras ni quejas. El exterior aturde. Las noticias emanan una constante burla que parece no estar. Gobierno sin rebelión. Los rebeldes también duermen. Los cantantes protesta han muerto. Las bellas desfilan a diario en espectáculos tan lamentables como patéticos. Espejito, espejito... Estiro, flexiono, aspiro, inspiro... Aladino no aparece y ninguna lámpara alberga maravillas. El milagro medita. La justicia es dudosa. Transpiro como un puerco la rabia que me llega y el pavor que sacudo. Sarna, caspa, viscosa... Ya nada es nuestro. La propiedad se extingue en brazos del poder, y el saber no se mete. No se implica. No aplica.
Estoy demasiado cansada para jubilarme a esa edad temprana. Nadie dará trabajo a semejante ejército de púberes expertos. Se cursarán las bajas por muerte natural. Lo anormal será norma. Alguna religión sobre esta vieja tierra controlará las almas. Como epsilones mudos pasearán los viejos, y el joven estirado ya no sabrá quién es. Cuéntame, por favor, alguna historia corta con un final feliz. Dime que alguna vez, en un país lejano, los hombres eran buenos y tenían un rey elegido por ellos sin cetro ni corona. Cuéntalo una vez más, que quiero estar allí...
Felices sueños.