Están porque son, obviamente. Pero también porque las estadísticas cantan. Esto es España. Un enorme patio de vecinos tipo Madrid de Galdós pero con ordenador portátil y teléfonos móviles. Anoche, dos frikis -jovencitos ellos- como recién salidos de una discoteca periférica de los barrios más húmedos, tuvieron casi tres horas de gloria. Más de lo que nunca soñaron. Ese par de individuos que hace cuatro días abandonaron el hule y el pañal, se despacharon a gusto relatando y delatándose con orgullo y sin pasión sobre el asunto Esteban. Grabaron una llamada que ha dado la vuelta a las cadenas, todas, donde la Pepa -periodista profesional, pero que muy profesional- se quita el disfraz de fantasma para quedarse en puñeteras pelotas. Si los diagramas de voz sostienen un hilo conductor tembloroso, de ahí a la fama tras escardar la lana va un pasito. A los chavalines de marras es que ni se les entendía. Perdidos en su propia historia psicodélica, declaraban a nivel nacional su amor a la Esteban, que al fin se encuentra de vacaciones en Benidorm. Pues bien (mal), semejantes escenas han batido record de audiencia. No cuela la excusa del verano. Somos un panal de fría hiel metido en porrón de plástico. El chorizo y el mortero, capote y sangre real, chándal con tacones, pinzas en el pelo, rulos térmicos, bótox de plastilina y tetas de plexiglas. Cuanto más bestias y analfas, más cerca se encuentra el inmenso olimpo de la cutrez.