Sus manoletinas giran sobre la arena conduciendo un cuerpo atrapado. La suerte está echada. Una suerte semejante a la de este país, tomado por montera, rejoneado, burlado, maltratado y con hambre. No es una tarde más ni una tarde cualquiera. Hay quien asegura que el toreo es una forma de vida y yo creo que es, al mismo tiempo, una forma de muerte. Nacemos para morir como consecuencia de la vida. Y el toro de lidia nace para ser matado. "Más cornás da el hambre", dijo Manuel García Cuesta, "El Espartero", a un periodista.En 1894 se fué para siempre, producto de una cornada atestada por un Miura llamado Perdigón. Los nombres de los toros tienen la misma esencia de los nombres que se adjudica a los huracanes. Producen un miedo desconocido aunque fonéticamente se trate de palabras sencillas. Son palabras que se salen de madre provocando escalofríos, colocadas ante el riesgo de ser herido y sin tener en cuenta la suerte del animal.
La imagen de ese cuerno que sale por la boca del matador es la imagen de España. Disertar sobre arte al respecto me resulta complicado: Los toreros no acostumbran a ser personas cultas, y sembrar con la palabra "arte" simplemente porque son parte de la llamada -pese a muchos- fiesta nacional, no es moco de pavo. El toro sufre. El torero se la juega. No es comparable la vida humana a la de un ser irracional, obviamente, pero en cualquier caso, todo aquel antitaurino que celebra la cornada de un torero pierde credibilidad. Sus razones y cuestiones se quedan al margen de la lógica y todo lo razonable. Nadie debería morir.