Pegadas a una posibilidad razonable se acercaron hasta territorios comanches donde divertir su aburrida existencia lineal. No se las veía venir. En absoluto.Compañeras forzosas de algún trabajo diario, entiéndase asalariadas por el básico interprofesional.
Opinión | 23 de enero de 2010En realidad les correspondía tal asignación puesto que básicas eran, también interprofesionales, si, carentes de especialización, formación académica e interior, formación personal que a fuerza de vivir insistiendo en lo mismo -de siempre- , moldeo su deformidad resentida, sus complejos sociales y sus pueriles modos. Aspiraban a más y se les notaba mucho. Ni siquiera estaban dispuestas a morir en el intento, se dejaban llevar por las circunstancias diversas -jamás adversas, puesto que temían cualquier tipo de riesgo, misterio o adversidad-. Agraciadas físicamente y desgraciadas sin consciencia. Lo propio estuvo ausente puesto que no existía. Me sorprendió, primero, como alguna de ellas hablaba con desprecio de las camareras, como si de un oficio vejatorio se tratara. Me asusto con el tiempo el hecho de comprobar que no tenía problema alguno en ser la amante de hombres casados. Me alucinó, mas tarde, sus morales condenas a los porros y su sonrisa estúpida que delataba un desenfrenado deseo por las rayas de coca. Porque un día es un día, repetían.
Se sucedieron meses. No empezaba la historia puesto que no tenían .La buscaron, posesas, en brazos de amorales simientes calzando sentimientos que a voz en grito exclaman, todavía, una demanda triste, patética en su instinto y temblando por yacer sobre algún potentado jamás reconocido. Era importante el pelo, las pestañas, los trajes. Rebajas en su enero, playa circunstancial preparada en abril, adelgazando muslo, cortando celulitis que corresponde a un cuerpo malogrado de inicio, pendiente de un transcurso recortado por dentro, sin futuro ni augurio, insistente y normal.
El miedo a lo constante, la sinrazón de un mundo que no dio para mas.
A cuestas el embargo de haber estado cerca, pendiente de sus fiebres, sus muertes, sus amores, su regla, sus desarreglos varios en pos de una vergüenza mantenida y letal. Eran las malas buenas, la galería enjuta sin principios ni afán. Eran fáciles, torpes, de generosa labia sin valor añadido. Te adulaban si estabas. Criticaban la ausencia cinco minutos antes de cada despereza puntual. Nunca me pregunté qué habrá sido de ellas. Y es que ya me da igual.