Te marcharas sin más, dejando a cientos en la calle. Sin salario, sin trabajo y sin una puerta física que aporrear. Lloverán las demandas, pero te da lo mismo. Salvaguardado en tus casas, conduciendo tu coche y desayunando en otro bar cualquiera, seguirás tu camino. Nadie, ni siquiera la justicia, te pondrá en el justo lugar que te corresponde. Ladrón. Estafador. Sinvergüenza. Desalmado.
A todos los que les pedías un sobreesfuerzo, a los que asegurabas eran ?como una gran familia?, les darás la patada en dos minutos. Y ni siquiera estarás ahí aguantando el tirón. Tampoco te tiraras por la ventana. No. Una sesión de uva en el gimnasio, tu discurso de victima propiciatoria, muy puesto para la ocasión, muy adecuado a los tiempos que nos toca padecer. Serás casi la victima, toda tu circunstancia, salvaguardado bajo tu mejor traje gris, recién salido de la tintorería. Pero no te saldrán colores. No.
Nunca me has dado pena, pero creí que eras bueno. Distinto, por lo menos. Acabas de marcar la diferencia. No vas a quedarte en pelotas, claro que no. Tu no. Eres de otra pasta, del lado valeroso, erguido y presumido como una estampa obsoleta que nadie conserva en la cartera. Me dijiste hace mucho que era una romántica empedernida, soñadora, tópica, peliculera. Que hay que pensar en uno mismo por encima de todo, así es como se construye patrimonio y se amasan las pequeñas fortunas, no en vano tu la tenías y a nombre de tu mujer ?por si las moscas- repetías con enfermiza insistencia.
Imagino que a ti te da igual doblar cualquier esquina y encontrarte de frente con un trabajador. Si te insultan o te nombran salvaguardaras tu honor dando la vuelta burocrática, moral y pendenciera, al fondo del asunto.
Pero te espero. Te espero allí donde no se cuentan los números y se sabe la historia. Te espero en la soledad mas absoluta, en el desierto incluso, allí donde los semáforos no tienen sentido, ni se cobran favores, ni se abandonan perros. Te esperare, sentada, mientras pasan los días. Sabré de tus quehaceres, de tus trampas. Me haré con el sentido de tu norte y tu sur, de cualquier pasadizo donde se esconda el tiempo, me sentaré en un banco delante de tu Banco mientras metes o sacas, sabrán tu dirección, perderás el sentido. El común, cuya brújula tienes como cualquier nacido en nombre de tus cosas, tus malditos deberes, despachando el haber. Y seguiré escribiendo. Sobre ti, sobre muchos, como los vi partir, hacerse, repartirse, traicionar y rendir. Hoy ha llorado una de tus trabajadoras. Me ha hecho llorar a mi.