Clasificando X

David Carradine se ha ido al más puro estilo Tarantino, por su cuenta, riesgo y con nombre propio, aunque Kill Bill le acompaña en tan oscura apariencia. Consumidor habitual de drogas en el pasado (cómo no, o mejor, porque sí), aseguraba no tenerle miedo a nada, ni siquiera a la muerte.

Opinión | 07 de junio de 2009
Consuelo García del Cid Guerra

"Hubo una época en mi vida, cuando tenia una pistola Colt 45, cargada, en mi escritorio, y cada noche la cogía y pensaba en dispararme en la cabeza y entonces decidía no hacerlo y continuar con mi vida".

También declaró en una ocasión que alguna vez se planteó saltar al vacío desde un alto edificio. El actor fue encontrado muerto dentro de un armario, desnudo y con una soga atada al cuello y otra en los genitales. Puede que victima de sus propios juegos sexuales.

La hipótesis de un posible asesinato, adquiere cada vez mas fuerza mientras avanza la investigación y se publican todo tipo de informaciones al respecto. En cualquier caso, todo apunta a que David Carradine falleció por asfixia. Solo o acompañado. Pero no por una asfixia convencional, sino por la llamada "autoasfixia erótica" (termino clasificado dentro de las parafilias, también denominada "hipoxifilia", que consiste en cortar la respiración propia o bien de la pareja para experimentar mayor placer sexual).

Jugar con la vida y "a la muerte" con todos los elementos peligrosos, a costa de la fantasía, bordeando el abismo una y otra vez, consumiendo drogas y a la vez consumiéndose a sí mismo, no es ya nada sorprendente. Que no nos escandalice un cadáver cuyo aspecto denota historia y temazo para mucho papel couche: Esas practicas son mas habituales de lo que muchos piensan y de lo que el resto conoce más que de sobra. El lado oscuro del cuerpo (que no del corazón) oculta los más salvajes episodios en nombre de las experiencias y el placer. Más lejos y muy cerca pero siempre de un modo desesperado, prohibido y clandestino.

Aun así, parece que una nueva era de comportamientos sexuales inconfesables en la que no se distingue condición, estado o sexo en cuanto a lo de varón o hembra de refiere, nos sacude cada vez con menor espasmo. Todo es lícito si hay consentimento por ambas partes. Todo parece válido en nombre de un paraíso artificial en busca de la felicidad. Desde la libertad individual y porque somos dueños de nuestro propio cuerpo. Aunque nos cueste la vida.

No hace mucho, un amigo al que considero inteligente, me contaba así una de sus noches: "Conocí a una tía y me acosté con ella. Se comportó de una forma puramente salvaje, primitiva, animal. Como una loba en celo. Ni siquiera me besaba, es que me mordía. Ni un gesto de cariño al despedirse, nada. Me sentí fatal, deprimido, casi maltratado. Las mujeres se han vuelto locas".

-Perdona -le pregunté yo-. ¿Acaso no es eso lo que los hombres habéis hecho toda la vida?

Bajó la cabeza y dijo: "Touche".

¿La liberación de la mujer pasa por comportamientos supuestamente masculinos que hemos despreciado siempre? ¿Es esa la revolución sexual o solo una venganza? Ni idea. El asunto da para toda una tesis.

Mientras tanto, en manos de nuevas sensaciones, a algunos les gusta follar con una pistola cargada en la sien, o con cualquier tipo de arma blanca. Atados, amordazados, con todas las variantes del "bondage", pronunciando palabras soeces, dignas del peor arrabal, pero en una suite de lujo. Lo peor de lo mejor. O lo mejor de lo peor. El todo por el todo, aunque les lleve a la muerte.


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