Niños robados

Niños robados

Promesas políticas no cumplidas, cuya esperanza cayó en saco roto pese al aplauso triunfalista

Opinión | 11 de marzo de 2024
Consuelo G. del Cid Guerra

Much@s creyeron en él, y es de comprender cuando se trata de víctimas. Un clavo ardiendo no basta, y prácticamente no hubo nada a qué agarrarse, excepto la propia historia. Una vez más, se niega, y el negacionismo es el peor enemigo de la democracia.

Las denuncias se archivan en masa, y caerán en un olvido próximo pese a la lucha incombustible de las asociaciones. Bebés robados, no solo durante el franquismo, sino mucho después, puesto que existen casos de los años noventa, cuando España —se suponía—, cambiaba. Una transición alabada por tantos, mientras se continuaban robando bebés. No se trata únicamente de un tema económico. Ni a duras penas se conseguirá demostrar la venta de niños. Estamos ante un patrón moral efervescente que continúa a día de hoy en manos de la administración pública con otro nombre: RETIRADA DE TUTELA Y ARRANCAMIENTOS JUDICIALES.

El patrón franquista que impuso (por la fuerza) un modelo de mujer y familia, donde la madre soltera se consideraba indigna, menos madre y mucho más hembra pecaminosa, cuestionada hasta la saciedad y marcada para los restos en un libro de afiliación, víctimas de un fuego amigo que arde sin mesura. Con el paso del tiempo, el robo de bebés se convirtió en un cachondeo tan sumamente poderoso como las manos de cada persona que lo ejecutó.

El doctor Vela, que no se sabe si descansará —o no— en paz, cuya miniclínica de diez habitaciones albergó madres y más madres que salieron sin hijo porque se daba por muerto. Una y todas las clínicas, privadas o públicas, tienen las manos manchadas, pero no pasa nada. Cambió la ley del menor, y a día de hoy, se puede retirar la tutela de un hijo sin intervención judicial, porque así lo considera un equipo de técnicos que presumen estar debidamente formados para tomar semejante decisión contra natura. Separar a una madre de su hijo es el acto más inmoral e inhumano que nadie pueda concebir, y se produce a diario.

Sor María, que también descansa, se fue al otro mundo sin pagar, exactamente igual que el médico de marras. El juego mediático ha dado para mucho, sembrando más y más falsas promesas, en las que se creyó por desesperación. Políticos y periodistas, inmersos en una cuestión harto dolorosa cuya empatía acostumbra a finalizar al mismo tiempo que cada reunión o entrevista, salvo excepciones, que las hay.

L@s amantes del “contacto” y tarjetas de visita, cuya racionalización y análisis brilló por su ausencia, falt@s de sentido común y ansios@s de puestos políticos, más sol@s que la una y cien tont@s a las tres.

La realidad resulta tan desoladora como aplastante, nadie va a hacer nada. Absolutamente nada. El cúmulo de irregularidades documentales lo echamos al saco de la memoria, porque “España, entonces, era así”. España fue un cúmulo de favores, recomendaciones varias y puños de acero, sabedores del poder ilimitado que asistía a los grandes. Iglesia y Estado caminaron de la mano durante décadas, y esa simiente, permanece arraigada con la fuerza de un volcán institucional invisible que se cuela por la puerta de atrás cambiando el lenguaje con una habilidad portentosa. Robaron bebés y se sigue haciendo. Un país que pasa por criminalizar a la madre soltera, a las menores de edad cuya conducta las cuestionó con tal dureza que acabaron encerradas en los muchos reformatorios del Patronato de Protección a la Mujer, disfrazados de conventos ejemplares donde destrozaron miles de vidas.

“Niña, no te pintes tanto, que me das espanto cuando te me acercas”. “No me gusta que a los toros te pongas la minifalda”. “Carmen con bata de cola, pero cristiana y decente”. “Por qué tienes ojeras esta tarde, dónde estuviste, ay amor, de madrugada”. “Soberano es cosa de hombres”. “Eva María se fue buscando el sol en la playa, con su maleta de piel y su bikini de rayas”. “Help, ayúdame, en tu amistad he puesto toda mi fe”.

Abandonad toda esperanza. La lucha, siempre fue nuestra. Irremediablemente nuestra.

 


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