No importa cuántos años hayan podido pasar. No importa lo que te pudiera hacer. No importa si te pegó, te violó y te maltrató en todas las modalidades existentes.
No importa lo que te costó sacar a tus hijos adelante completamente sola con una ex familia política pisonadora que remataba la faena a diario. No importa, créanme, porque la hora de la verdad, es mentira.
Los padres-colega, los que se fuman porros con sus hijos, los que se van de putas con sus hijos, los que les dicen: "mira esa qué buena está... ¿la reventamos?". Cuanto más canalla sea, más santificado estará bajo esa figura de padre coleguita simpático y cachondo que todo lo justifica mientras continúa en la brecha del maltrato, aunque pasen cuarenta años. La verdad, aunque salga a flote, se convierte en mentira.
Y sigue aflorando la cicatriz que te convierte en loca, agitadora y rencorosa. Porque el daño está hecho de tal forma que se inclina hacia lo correcto. Y te defiendes, y gritas, y entonces, mamá es una loca que pierde la compostura.
La fuerza del macho se impone sobre todo patrón, más allá de los acontecimientos. Puedes callar, con la única intención de no dañar a tus hijos, bajo un respeto que solo concibes tú, por una cuestión de formas equivocadas. Callas. Porque sabes que si hablas, de nuevo te escupirán todo tipo de descalificativos. Pero no solo es él: supone toda su tribu. La familia que le defiende a capa y espada.
Te quitan los hijos de muchas formas; lo pueden hacer incluso de por vida. Cuando tú estabas partiéndote en lomo en dos trabajos, atravesando la ciudad andando porque ni para el autobús tenías, y acudías al colegio a recogerlos con el estómago vacío. Pero seguías. Seguías adelante buscándote la vida como mejor podías, buscando trabajos que coincidieran con el horario escolar porque no podías pagar una niñera. Y cosías en casa, reventada, tras ocho horas de trabajo en otra parte. Mendigabas todo tipo de empleos esporádicos por horas, sin bajar la cabeza, sin dejar de luchar.
Aplazabas los pagos de alquiler, guardería y demás, porque no se llegaba a fin de mes. Nada nuevo bajo el sol en miles de mujeres que han sacado adelante a sus hijos sin ningún tipo de ayuda.
Esos, los que falsean ingresos alterando la nómina con la complicidad del jefe, para declararse insolventes o justificar pensiones miserables con los que se hacen verdaderos juegos malabares. Ellos, los que juegan con los primeros días del calendario, sabiendo que si no ingresan, entras en descubierto y pagarás intereses.
Persecuciones por la calle, llamadas anónimas, campañas de desprestigio por doquier: loca, desgraciada, inútil, no vales nada, sin mí no serás nada.
Y aunque un día empezaste a salir de aquel pozo que creías tapado con la piedra más pesada, la tortura regresa y permanece de por vida.
El maltrato dura hasta el final de tus días. Te defenderás como puedas, pero el daño más insoportable es el infligido por los propios hijos, abducidos en el rollito de un padre colega que "cometió muchos errores, pero siempre será su padre". Él podía estar en cualquier parte y vestir como quisiera, incluso desnudo, tirado, borracho en un burdel o en la acera más próxima colocado hasta las trancas.