El cañón recortado de aquella célebre escopeta nacional que Berlanga plasmó como nadie, se nos queda muy corto ante la estupidez supina que nos invade por demás y en todos los sentidos. Algunos -por su lado- no se enteran de nada mientras pretenden protagonizar cualquier asunto, y otros -por su parte- callan como huye el descuidero, a hurtadillas, mirando hacia otro lado y en busca de su propia inutilidad.
Opinión | 31 de julio de 2017La prensa -nacional- tira con bala. Y es mucha. Manipula desde la oficialidad, del mismo modo en que lo hace cualquier espacio publicitario, y no digamos la televisión, cuya pantalla es enorme y enmarca a diario ese naufragio cotilla, lavandero, calumniador e incluso delictivo en ocasiones. Los creídos, que son prácticamente todos, comentan sobre un placer que no tienen y se marcan mambos que entrecomillan en las redes sociales, lugar por excelencia donde cualquier ágrafo larga la ordinariez repetida con el fin de que algún día, el colega más próximo, les suelte: Ostras, chaval, eres alguien, a fuerza de "me gusta" y reenvío compartido que pasa de mano en mano, como la falsa moneda.
Con todo, resulta que el meme de las narices, triunfa, y en los últimos días, Juana está en mi casa se repite hasta la saciedad. Juana, sí, la mujer maltratada que ha sido elegida por vaya a saberse quién, cuyo caso ha alcanzado una repercusión mediática más que sorprendente. ¿Por qué? del maltrato ya no se puede huir. Las manifestaciones son multitudinarias, las mujeres nos lanzamos a la calle en masa, por Juana, Alicia, Elena, Pepa, Andrea, Marisol... por todos los nombres de mujeres muertas en manos de sus parejas, por todas las agredidas vivas, y por nosotras mismas. Se están dando custodias a maltratadores, eso es un hecho. Ya nadie puede correr un tupido velo y no existen cortinas de humo. Es algo tan sumamente grave, tan atroz y tan útil, que se ha utilizado descaradamente en los últimos días.
Han elegido a Juana como podía haber sido cualquier otra, puesto que sucede a diario. Y mientras Juana está en mi casa, Blesa ha sido rápidamente incinerado. Blesa, el supuesto suicida de las tarjetas Black, una muerte que nadie se traga y de la que -parece ser- nos han convencido.
Blesa, el mártir deprimido, a quien alguien -solo o en compañía de otros- se ha cargado cuando parecía estar dispuesto a tirar de la manta. Y mientras Juana está en mi casa, ya no se ha hablado de Blesa. Jugada maestra. Somos rematadamente imbéciles y definitivamente cobardes. Se borraron los viejos rombos de la antigua censura para trepanarnos el cerebro sin necesidad alguna de cirugía, que para eso ya está la plástica, que aumenta tetas, perfila narices y sube traseros. Hemos trabajado tanto el cuerpo que se nos ha ido la cabeza. Esto no tiene arreglo, y está negro, pero que muy negro. Tanto como las tarjetas de marras, el falso suicidio de Blesa y la utilización del maltrato real a las mujeres para tapar lo que interesa. ¡Bravo, bravo, bravo!. Lo han conseguido. Ha colado como nunca, y ningún periodista ha tenido narices de escribir la puñetera verdad. La escopeta nacional sigue cargada.