Ese día Marta y yo nos fuimos a merendar a la cafetería Nebraska. Solo nos habíamos sentado, cuando nos vimos corriendo sin saber a dónde, pero tratando de evitar las porras de un grupo de grises que indiscriminadamente dieron a diestro y siniestro. Algo nos tocó. Hacía poco que habían asesinado a los abogados de Atocha.
La pesadilla no había terminado. Ya dentro del metro volvimos a correr de un lado a otro, siguiendo el miedo de la gente al que añadíamos nuestro propio miedo. Durante muchos años no pude subir al metro, porque el miedo que nosotros teníamos entonces no era el miedo de un día, sino el miedo arrastrado de muchas convicciones y de muchos tabúes. No era miedo a los palos, era miedo a todo un sistema represivo en el que la palabra guardia civil te hacía temblar. Eso yo, que jamás me vi envuelta en nada.
Ayer cuando contemplaba a los chicos correr pensé; ¡no ha cambiado nada!. Todo se repite como en un círculo vicioso. No hemos aprendido la lección y la lección es ir resolviendo antes de que la ira se vaya acumulando en el cuerpo.
A un sistema de libertades parece seguirle un sistema represivo y el círculo se mueve eternamente en esos ámbitos. ¿Dónde está el fallo?.Puede que esté en lo apuntado arriba y en confundir la verdadera causa de la violencia que llevamos dentro.
Me pareció exagerada la actuación de los mozos. No parecía que estaban ante una revuelta estudiantil- que benditas sean porque con razón y sin ella significa que nuestros estudiantes piensan, reaccionan y tienen ilusiones-sino ante no se qué fechoría tan inmensa y exagerada.
No me gusta la violencia. No me gustan los colores. No me gusta nada que separe. Apuesto por el diálogo y por la reivindicación de los derechos y deberes de todos.
Ante las imágenes de ayer de nuevo sentí que estamos fracasando como sociedad.