España se queda sola

España se queda sola

Las formas de hacer las cosas, algunas, no todas, con el tiempo, pueden cambiar.Lo que antes podía ser una forma óptima de alcanzar objetivos o unidad, la colección de métodos que Maquiavelo o Sun Tzu plasman en sus respectivas obras El príncipe y El arte de la guerra, por citar solo dos ejemplos, cumplían con su función porque el contexto lo permitía y puede que hasta forzara a ello. Pero cuando las circunstancias cambian, el método que se suponía ideal puede dejar de funcionar o, incluso, ser contraproducente.

Opinión | 13 de diciembre de 2014
Pere Borràs

Buen ejemplo de ello nos lo ofrece la política que el gobierno de España viene manteniendo aun después de precisar una más que necesaria actualización. El sometimiento por la fuerza, la coacción, que antes funcionaran tan bien, en la actualidad han dejado de surtir efecto y, como un ágil boomerang, se han vuelto en contra de los que las ponen en marcha. Así, en España, las medidas cada vez más coercitivas, movidas en algunos casos por la desesperación, en otros por simple avaricia, en cualquier caso bajo una miope visión de la realidad social, están volviéndose contra sus autores.

Hay ejemplos de sobra, flagrantes y de plena actualidad. Expongo tres de ellos.

Catalunya, cuya identidad ha mantenido siempre, ha dirigido esta hacia un proceso independentista probablemente imparable tras las descaradas e injustas medidas que España ha accionado contra ella. En ese sentido, España, por la fuerza, ha logrado quedarse sola.

Paralelamente, y por el mismo principio, Google News, cuyo espíritu de servicio y excelencia ha mantenido desde que fuera su semilla, ha decidido abandonar España al no ser compatible su naturaleza con las condiciones que, ley mediante, el gobierno ha pretendido imponerle desde una ridícula prepotencia que creía poder ejercer.

También en la actualidad, la conocida como ley mordaza, con pretensión de acallar focos de discrepancia entre gobierno y sociedad, está alimentando aquello que pretende sofocar y muy peligrosamente, pues no considera los medios con que la sociedad cuenta actualmente y cuya ausencia pudieron en el pasado permitir el éxito de medidas soportadas sobre la amenaza como cimiento. Erradicada la posibilidad de discrepar pacíficamente, y ante la no contemplada realidad de que ya no es posible evitar la expresión ciudadana, solo podría quedar discrepar de la otra manera, la que no es pacífica. Ahí radica el peligro de tan disparatadamente irresponsable ley.

Más allá de opiniones al respecto del bien y el mal que puedan anidar en el seno de ciertas políticas, esto es, dejando de lado el debate sobre si el fin justifica los medios o la legitimidad moral de ciertas acciones, resulta obvio, no porque nadie lo diga, sino al ver los resultados, que estas medidas están exentas de cualquier análisis inteligente de la acción, siendo más fruto de la aplicación de una suerte de obsoleto "manual de gobierno" que de la inteligencia estratégica que todo gobierno debiera tener, y aplicar, para serlo.

Con esto, de un modo u otro, pacíficamente o no, el desmembramiento y la discordia son el resultado de políticas que aspiraban a lo contrario, pero que jamás tuvieron ni que iniciarse en un contexto social tan distinto al que existía cuando los "manuales de gobierno" fueron escritos. Es el momento de reescribir las fórmulas de gestión de la sociedad humana; es el momento de poner a trabajar la inteligencia por encima de conocimientos anacrónicos, el momento de llegar a acuerdos sobre la concordia y no sobre el sometimiento. Puede que la España que conocimos esté condenada, pero la vida sigue y habrá que construir un nuevo modelo de sociedad que pueda crecer con lo que quede tras la explosión que las medidas de un gobierno ciego están provocando.


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