Pequeña reflexión sobre el aborto

Hablar del aborto es difícil. Generalmente, incluso el que pretende aportar un punto de cordura en, por ejemplo, un debate, una charla entre amigos o un blog como este, suele poner enfrente a casi todos.

Opinión | 30 de diciembre de 2013
Gabriel Ramírez Lozano

Ya sea por una cosa o por la contraria, el aborto es un problema con el que no es fácil manejarse bien sin crear polémica. Primero porque el aborto tiene mucho que ver, en unos casos con cuestiones íntimas, creencias, con el mismísimo Dios, y en otros con la libertad individual, con los derechos de las personas. Claro, todo esto es sagrado y, cuando digo todo, me refiero a todo sin excepción. Por otra parte, son muchos los que pretenden pontificar en cuanto abren la boca. No parece que este asunto acepte bien las imposiciones, ni los desaires, ni los argumentos torticeros o manipuladores, ni los insultos o, peor aún, las acusaciones gravísimas que suelen producirse. Si a esto le sumamos que la opinión masculina aparece siempre en charlas, discusiones o debates y que nunca fue bien aceptada por las mujeres o por buena parte de ellas, tenemos un cóctel peligrosísimo que conviene manejar con sumo cuidado. Sobre esto último que digo, sobre la opinión de los hombres, quiero hacer algún matiz. Es verdad que los varones nunca podremos entender totalmente qué sucede cuando una mujer queda embarazada, qué le lleva a querer interrumpir ese embarazo, qué se siente en un caso u otro. Eso es verdad. Tan verdad como que las opiniones sensatas que buscan caminos más fáciles de transitar deben ser bien recibidas. No hay que olvidar que la tragedia del aborto toca, si quieren de forma tangencial, a los dos que forman la pareja. Si quieren a familias enteras. Otra cosa bien distinta es que, desde las cavernas, el hombre ha tratado de imponer su criterio, por las buenas o por las malas, en este asunto y en todos los demás. Eso no puede consentirse. Una opinión que busca soluciones, sí.

Alguna vez he dicho que debemos ser especialmente cuidadosos con el lenguaje. Expresar una idea sobre el aborto debe producirse desde la delicadeza más absoluta, desde la tolerancia y desde el querer mejorar nuestra condición humana. Pienso en esos a los que se les llena la boca al decir que están en contra del aborto, despreciando a los que, según ellos, están a favor. Hay que ser muy cretino para pensar que alguien está a favor de algo así. Todos, todos sin excepción, estamos en contra del aborto. ¿Hay alguien en este mundo que esté a favor de crear un trauma, una tragedia o un problema que, sin duda, deja secuelas? Todos estamos en contra. Claro que sí. Del mismo modo, por la misma razón, los que gritan que están a favor, lo que hacen es dar un espectáculo patético. No saben ni lo que dicen. Habrá que suponer que reclaman una regulación, la libertad para decidir por parte de las mujeres o cualquier otra cosa que tenga sentido. Pero ya les digo que no están a favor de nada. Pues bien ya tenemos un punto de encuentro en el que nos encontramos todos. Sin saberlo, sin desearlo (los hay que están atrincherados y no hay forma de moverles), estamos todos en el mismo lugar. Qué cosas.

Lo que escuchamos sobre el aborto en algunos ámbitos resulta doloroso, irritante. Acusaciones de ida y vuelta, casquería y truculencia al referirse al feto, insultos. Esto, cuando se produce en un plató de televisión, es una irresponsabilidad desproporcionada. Son millones de personas los que asisten al espectáculo y eso supone que las ideas, de unos y otros, pueden radicalizarse de forma violenta. ¿Cómo alguien puede acusar a las mujeres que abortan de frívolas? ¿Cómo puede alguien pensar que las mujeres abortan por capricho, sin razón alguna? Pues estas cosas se escucharon en un debate televisado hace unos días. Que en el mundo hay idiotas ya lo sabemos. Que las mujeres, en general, no lo son es otra cosa que tenemos como certeza. En ese mismo programa, intervino una mujer que afirmaba que la gran víctima era el feto hecho trozos, pedazos. No sé las veces que pudo repetirlo haciendo hincapié en el detalle macabro. Sangre, sangre y casquería para dar fuerza a un argumento que debería sostenerse sin adornos ni envoltorios. Esto es un pequeño ejemplo aunque hay muchos más. Tal vez lo más extravagante que he leído en los últimos días son las declaraciones de doña Alicia Latorre (Presidenta Nacional de Asociaciones Provida de España) que dijo que la masturbación es una forma de aborto, también. Muy aristotélica ella, hablaba de la vida en potencia que traslada un espermatozoide en busca del óvulo. Chocante. Es como decir que talar un árbol es abortar porque el árbol generará oxígeno para que podamos vivir y sin ese árbol no daremos la opción a todas las personas que podrían poblar el planeta. En fin.

¿Dónde estamos colocados cuando hablamos del aborto? Me temo que no hay posturas intermedias. No cabe coger esto de un lado y esto del otro para instalarse en un lugar cómodo y coherente. Los que creen estar en estas circunstancias suelen ser los que no se han planteado el problema con seriedad, bien por miedo, bien por pereza, bien por creer que este asunto no va con ellos.

Una de las aristas que nos sitúa en un lugar u otro -al menos eso creen muchos- es determinar en qué momento hay vida o no la hay. Los científicos no logran ponerse de acuerdo. Esto ya dice mucho. Existen cientos de documentos en los que afirman no poder saber algo así, el momento en el que el feto es humano en plenitud. Por supuesto, los científicos católicos más radicales dicen que sí, que ellos lo saben, que en el momento en que se fecunda el óvulo ya hay vida humana. Porque tiene alma, porque lo dice el magisterio en varias encíclicas. Pero esto es suponer, creer, querer creer, desear que así sea. Es posible que también afirmen que Dios existe con rotundidad pasmosa, que María fue virgen sin lugar a dudas, que resucitaremos y alguna cosa más por el estilo. Todo afirmado desde la religión, desde la fe. De ciencia, nada. Nada criticable, por cierto. Además, no todos los científicos católicos dicen lo mismo. Estos sí presentan dudas. Es decir, que entre los que no saben, los que no están seguros y los que afirman sin una sola prueba objetiva, se forma un grupo muy homogéneo. Nadie es capaz de dar respuesta a la pregunta. Otra curiosa coincidencia. Van dos.

Gran parte de la batalla dialéctica se libra en este territorio. Cuándo hay vida humana. Desde el principio. Más tarde. Menos. La Iglesia está encantada, claro. Si alguien pudiera demostrar que la unión de cuatro o cinco células representa vida humana, el discurso de casi todos tendría que modificarse. Si fuera al revés sucedería lo mismo. Pero, como de momento, eso no parece que vaya a pasar, discutir sobre estos supuestos desgasta mucho y nadie puede demostrar que no tengan razón. Pero, claro, la pregunta es si los niños que mueren de hambre a diario en el mundo entero son personas humanas. La respuesta es sí. Pero aquí la batalla se presenta de otro modo. La doble moral con la que funcionamos es insólita y vergonzante. Peleamos la vida sin saber que lo es y dejamos que mueran los niños mientras nos excusamos con el dichoso no puedo hacer más.

Otra arista que coloca a cada uno en un lugar u otro -ya veremos si es así o no- es el derecho a decidir de las mujeres, la libertad personal de cada mujer. Ese derecho podría chocar frontalmente con el del feto. Pero, desde luego, la mujer es persona y, por lo que parece, ni siquiera sabemos si el feto lo es (otra cosa es que lo creamos). Esto elimina cualquier duda sobre una posible fricción de esos derechos. Por todo esto, la ley de plazos del año 1985 parecía que atinaba y aliviaba mucho el problema. ¿Y las libertades? Nunca fuimos justos (los hombres) con las mujeres respecto a sus libertades. Los curas tampoco (son hombres aunque algunos quieran ser divinos). Les recuerdo que hace unos días el Arzobispado de Granada (una empresa vinculada con él) ha editado un libro titulado Cásate y sé sumisa. No hacen falta comentarios. Sin embargo, unos dicen que regulando el aborto quieren dar la opción a la mujer a elegir y otros que prohibiéndolo quieren ayudar a todas las mujeres de este mundo. Al final, todos quieren ayudar a la mujer. Lugar común. Otra vez muy juntitos.

¿Puede, debe, el Estado formar las conciencias de los sujetos? ¿Puede, debe, el Estado decidir si un feto con malformaciones incompatibles con la vida o que convierta esa vida del niño y su familia en un infierno, debe nacer? Aquí soy tajante. No, no y mil veces no. Nunca. Entre otras cosas porque la mujer no es un recipiente de fetos que suministre mano de obra al país y sí una persona libre con todo el derecho a decidir. Y entre otras cosas porque el Estado no puede formar conciencias ya que esto supondría llegar al pensamiento único, al desastre cultural e ideológico. Las conciencias son de cada cual. Por cierto ¿cómo es posible que un gobierno se lleve por delante las ayudas a la dependencia y que, al mismo tiempo, nos cuenten que hay que hacerse cargo de una nueva vida condenada al sufrimiento propio y ajeno? Los políticos no quieren ver que, al final, convierten todo en cosa de ricos o en cosa de pobres.

Ya sé que todo esto es poca cosa y que hay cientos de especialistas que podrían profundizar mucho más en cada aspecto. Lo sé. Pero me parecía interesante buscar y encontrar puntos en común para avanzar en el debate sin lanzar los trastos a la cabeza de nadie. Es vergonzoso lo que sucede en los medios de comunicación. En un plató de televisión se puede sentar cualquiera y vomitar cuatro ideas mal estructuradas. No hay derecho. Algunas cosas no pueden escucharse sin sentir la necesidad de agarrar la estilográfica y escribir algo que sirva para ordenar ideas. Aunque sólo sean las propias. Podría seguir escribiendo, pero no quiero aburrir a nadie. Supongo que con sus comentarios se irán completando y complementando las reflexiones que he iniciado.

Feliz Navidad.


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