María Gómez Valbuena

María Gómez Valbuena

María Gómez Valbuena -entiéndase, la monja- a quien en adelante me niego a tildar de Sor como si de un título divino se tratara, ella, digo, no acudió ayer a declarar sobre el asunto de las gemelas. Motivos de salud, dicen.
Y es que extender un certificado médico a cualquier octogenaria para que se ausente en el  Juzgado, está chupado, puesto que alguna dolencia padecerá, por edad y ley de vida. Lo extraño es que estuviera sana. Acogida, pues, a sus hechos por derecho, asume una realidad que le preocupa poco.

Opinión | 22 de enero de 2013
Consuelo G. del Cid Guerra

Todo fue una gran obra de caridad que se hacía y deshacía en nombre del bien, y de ese burro no la bajará nadie, ni a ella ni a ninguno-a de los implicados, subalternos o chapuzas. Será santa. En cuatro días desaparece del mapa vital y judicial para ser enterrada con honores, multitud de flores y victimizada hasta la extenuación. La suya no será muerte natural, no. La habremos matado a disgustos todos los denunciantes, los jaleadores de la opinión, ateos y demás ralea hereje que se dedica a machacar a esta pobre, pobre mujer que no hizo otra cosa que rezar y trastear bebés de acá para allá, porque podía. Y su poder era inmenso.

Firmaba como nadie, uniformada y práctica. Sus compinches, los médicos, matronas y enfermeras silentes, callan como los muertos y la pálida rosa de su vientos.

Clínicas, asilos, reformatorios, casas y chalets de acogida donde ocultar embarazos no deseados. Más tarde, a lo descarado, según la demanda de niños.

Familias bien, chicas malas. Los hombres brillaban por su ausencia, morirán sin ser juzgados, probable.Mente como ella. Mientras tanto, está enferma. Reza la congregación como si le fuera la vida en ello. No recuerdan todas las vidas que se fueron, los nombres corregidos, el llanto de las madres, tan desgarrador como el de su propio hijo recién llegado al mundo para ser arrebatado de sus brazos en un abrir y cerrar de ojos.

-No queda nada. No hay un sólo documento. Si tengo que ir a la cárcel, iré, pero inocentemente.

Sabes que nunca irás, María. Y sospechas -tal vez- que algún día serás monumento nacional, vestida de piedra, estatua de aire libre rodeada de niños que te darán las gracias por cambiar su destino. Serás santa. Y si no, al tiempo.

Después de haber sostenido, también con las Adoratrices, durante muchos años esa misma obra en el Convento de San Gregorio de la calle de Gracia, que era propiedad del Ayuntamiento de Valencia y les fue cedido en el año 1858 en usufructo, en el cual costeó obras de reforma y ampliación y al que añadió una Escuela de Párvulos gratuita, también crea un Asilo-Escuela en la población de Godella para recoger a madres solteras o a jóvenes que querían abandonar la prostitución, creando también en la misma casa una Escuela de Párvulos para dar una enseñanza gratuita a los hijos de las internas y a los niños de la zona. Esta casa, llamada después de "Villa Teresita", ha permanecido en Godella hasta hace pocos años. 


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