Ayer, la manifestación espontánea en la Diagonal de Barcelona, partía de un joven que se sentó en el suelo. Fue seguido por otros y más tarde por muchos, hasta reunir quinientos. Suma y sigue. Las hostias catalanas lanzadas por sus mozos de cuadra no tienen desperdicio. Ordenados, azules, grandes y fortachones. Sólo cambia el color.Nada de esto es humo.
La prensa oficial manipula noticias a su antojo mientras insiste en llamar "perroflautas" a todos los acampados, cuando la media de edad se estima en treinta: Arriba, abajo, de todos los colores, en su debe, haber y saldo. Rojos, pobres, indignados. Parados, pero no quietos, ojito al dato: Tenemos todo el tiempo del mundo para estar en la calle. Se nos ha negado el derecho al trabajo, a la vivienda, al pan. Franco lo dejó todo atado y bien atado. Las consignas fascistas se reproducen disfrazadas de imperio controlado, saneamiento, imagen, mentiras, publicidad, marketing, atajos y carreteras. Aquí nadie es inocente, pero tampoco imbécil. Los nuevos dioses no nos sirven de nada. Que medite su madre y lo asuma su padre.
La nuestra ya no es una edad media. Corría yo como las liebres delante de los grises. Tenía el paso firme y una fuerza tremenda. Conocía una a una las calles del barrio gótico. Sabía dónde acotar, esconderme o trepar. La edad no es una excusa: Puedo correr despacio con gran intensidad. Sabré barrer mis restos como huelo la pólvora y la fuerza maldita de ese aire forzado que envían sus pelotas. Bala. Goma. Nos herirán lo mismo. Sólo cambia el color. Manos blancas no ofenden, pero puedo ofender yo.