A solas con Dios

No hay amor que esté sólo ni que acabe en la muerte.
Antonio Gala


Blanca cerró el libro enfadada. No eran ciertas esas palabras, su amor estaba solo, no pertenecía a nadie, ni siquiera a sí misma.

Editorial | 15 de mayo de 2009
Tali

Salió a pasear para evitar los recuerdos, pero estos nunca te abandonan, y la imagen de su marido saliendo por la puerta con las maletas en las manos, seguía viva en su memoria.
Si por lo menos hubieran tenido hijos, pensó. Pero ella no quería tenerlos, estaba demasiado ocupada escalando puestos en la empresa, buscando contactos que aumentaran su poder, ganando dinero para alcanzar la riqueza soñada.
No venía de familia humilde pero el dinero y el poder la obsesionaban.
Escuchó las campanas de una Iglesia y entró a rezar. Hacía mucho que no lo hacía.

El silencio y la Paz que se respiraba en su interior la envolvieron al instante y todos sus pesares desaparecieron.
-¡Qué bien se está aquí! -exclamó- no me iría nunca.
Blanca se sentó en un banco. Quería rezar, pero no recordaba ninguna oración.
"Habla con Dios como lo harías con un amigo, porque eso es El para nosotros", le decía siempre la Hermana Maria Jesús cuando iban a misa, y también: "recitar una oración como un papagayo no es rezar".
¡Cuánto la echaba de menos!
Lo último que supo fue que se había ido a las Misiones. Ella quería ser útil de una manera más activa. La vida apacible de un colegio elitista no le satisfacía.

Señor, te he olvidado durante años. Mi orgullo me ha impedido agradecerte tantos regalos como me has dado: salud, dinerio, inteligencia, atractivo..
¿Pero...por qué no me ofreciste el amor , acaso a mí no me correspondía?


Nada más pronunciar esas palabras, Blanca se arrepintió de haberlo hecho. No había sido justa, el amor había llegado a su vida, pero ella lo había rechazado, en dos ocasiones.

Señor, perdóname. Sí me has regalado el amor, pero yo le cerré las puertas, como te las cerré a Tí. Solo pensaba en la riqueza y el poder. me dejé dominar por esos falsos dioses.

Blanca recordó entonces la mirada triste de Juan cuando le dijo que no, a su propuesta de matrimonio. Era poco para ella. Lo amaba pero no le ofrecía el status que deseaba. Así que se casó con Luis, que la adoraba y era rico e influyente, pero no lo amaba. Por entonces pensó que no importaba, y para ella así fue, pero no para él. Sus lágrimas y su voz cargada de amargura, cuando se iba, le venían a la memoria.
-Me voy, Blanca. No soporto más esta soledad que siento cuando estoy contigo -le dijo aquél día en el que la abandonó-. Te casaste conmigo sólo por mi dinero. No me amas, por eso no quisiste darme hijos. Y yo que pensé que era porque querías tenerme solo para tí. ¡Qué iluso fui! Pero algún día te arrepentirás.
Ese día era hoy. Sentada en un banco de la Iglesia, Blanca se arrepentía del pecado cometido, rechazar el amor.

Perdóname, Señor, y acógeme en tu seno. Mi vanidad me impidió ver lo maravilloso del amor que Juan me ofrecía, y la generosidad de mi marido al amarme como lo hizo. Perdóname por haberte reprochado ...

Blanca no pudo seguir .Gruesas lágrimas brotaban de sus ojos. Fue a levantarse, pero se lo pensó mejor, nadie la esperaba en casa, y la paz de la Iglesia le hacía mucho bien.

Pasaron las horas.
Cuando el párroco fue a apagar las luces, porque ya iba a cerrar la Iglesia vio a una mujer sentada en un banco. La tocó en el hombro, pero no se giró. Tenía los ojos cerrados, y una hermosa sonrisa en su rostro.


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