Mañana, 15 de noviembre de 2022, la población mundial alcanzará los 8.000.000.000 de personas.
Editorial | 14 de noviembre de 2022Las Naciones Unidas estiman que mañana será el día en el que la humanidad alcanzará esta desorbitada cantidad de individuos. Es una muestra icónica de la superpoblación humana. Más allá de la anécdota, una cifra tan redonda presenta una buena ocasión para hacer un repaso de cómo hemos llegado hasta aquí. Pero también es un buen momento para reflexionar sobre las consecuencias de un crecimiento descontrolado de la población.
Las causas principales son nuestro cociente de encefalización (EQ, por Encephalization Quotient), el pulgar oponible y que somos animales terrestres en vez de acuáticos. Veamos por qué las razones son estas.
No hay que confundir el cociente de encefalización con el tamaño del cerebro. El primero es la proporción entre masa cerebral y masa corporal. Así, lejos de ser el animal con el cerebro más grande (este lo tiene el cachalote), en lo que sí destaca el ser humano es en el EQ. Nuestra especie ocupa el primer puesto con un EQ de entre 7.4 y 7.8, seguida por el delfín, cuyo EQ es de 5.26. La razón por la que se mide la proporción entre masa cerebral y masa corporal es para sopesar cuánto del cerebro se dedica a gestionar el cuerpo, frente a cuánto "sobra". Lo que "sobra" se invierte en capacidades cognitivas superiores. Como cae por su propio peso, a mayor cociente de encefalización, más inteligencia.
El pulgar oponible es una particularidad de nuestras extremidades superiores que nos permite agarrar y manejar mejor los objetos. Gracias a esa ventaja, unida a la inteligencia, podemos crear herramientas que nos ayudan a aumentar nuestras opciones de supervivencia.
Por mucho EQ y pulgar oponible que tengamos, de haber sido animales acuáticos no hubiéramos podido desarrollar la tecnología hasta el punto actual. Para el desarrollo de una tecnología que va más allá de juntar palos y piedras, es necesario contar con una fuente de energía manejable como el fuego. Gracias a él podemos fundir metales para crear mejores herramientas y usarlo como fuente de energía para convertirla en movimiento.
La convergencia de estos tres factores ha sido determinante para explicar por qué el crecimiento de la especie humana se ha desbordado. Con ellos, hemos aumentado la longevidad de los individuos y reducido la mortalidad infantil. Puesto que el crecimiento de una población se obtiene restando al número de nacimientos el de defunciones, mientras el resultado sea positivo, naturalmente, la población crece.
Aparecimos en el planeta Tierra hará unos 300.000 años. Durante mucho tiempo, la población se mantuvo razonablemente estable. Luego, a medida que nos asentábamos como sociedades y la tecnología avanzaba, la población fue creciendo más y más rápido. Salvando situaciones como en casos de epidemias y demás excepciones, la humanidad no ha parado de crecer. Y de qué manera.
Quizás éramos 230 millones en la Tierra en el momento de la muerte de Cleopatra, cuando la antigua civilización egipcia llegó a su fin.
La población se había más que duplicado en el Renacimiento en 1500 y se duplicó nuevamente en 1805 cuando la antigua civilización egipcia estaba siendo redescubierta con la ayuda de la Piedra de Rosetta.
Todas estas son estimaciones bastante aproximadas: no teníamos censos completos en la Edad Media, pero la población humana ha ido desarrollándose lentamente, hasta los últimos siglos, cuando se disparó.
La marca de los dos mil millones se alcanzó justo antes de la Gran Depresión en 1925, y solo se necesitaron 35 años para llegar los tres mil millones.
Desde entonces, la población ha aumentado en otros mil millones cada 10 o 15 años.
No se puede predecir con exactitud qué sucederá en una situación que nunca se ha dado. Pero eso no impide que sí se puedan sacar algunas conclusiones bastante sencillas de alcanzar.
Si la superficie total del planeta se mantiene constante y la población no deja de aumentar, no va a haber terreno suficiente para alimentar a toda la población. Cada habitante necesita mucho terreno para existir. No solo el que ocupa, sino también el de todas las plantaciones que proporcionan alimento. Eso desembocará en un incremento del hambre en el mundo.
Es inevitable. Todo ser humano deja una huella de carbono. De poco sirve que cada individuo reduzca la suya si hay más gente. Porque aunque la huella individual se reduzca, si la población crece más en comparación con las reducciones a nivel individual (hemos visto la curva, ¿verdad?), las emisiones seguirán aumentando y, con ellas, el calentamiento global.
Entre el hambre y los cambios climáticos en ciertas zonas del mundo, la lucha por controlar los territorios más aptos va a ser inevitable. No es probable que poblaciones enteras acepten quedarse donde están para que otros que viven en zonas mejores por haber nacido allí no se incomoden.
A lo largo de la historia, el ser humano ha ido a la guerra solo para obtener más recursos y comodidad. No va a dejar de hacerlo si, en vez del lujo, se juega la existencia.
Ya ha empezado a hacerlo, en realidad.