Intentemos viajar con nuestra imaginación a un pueblecito portugués de la primera mitad del siglo XX. Su nombre Barrancos, sus habitantes unos 4.000. Situado en la zona de la frontera entre España y Portugal en el suroeste de Badajoz. La vida allí no difiere de la de sus vecinos españoles: la agricultura y ganadería son sus principales medios de vida y la población vive, mayoritariamente, en los chozos diseminados por el campo. Los recursos son los justos para la subsistencia y la vida es dura pero discurre tranquila entre los trabajos y los momentos para disfrutar con los amigos.
La Raya posibilita algunos ingresos extras gracias al contrabando, y para evitar ese daño a las arcas públicas los gobiernos de ambos países vigilan celosamente cada centímetro de la frontera y para ello la siembran de cuarteles y casetas de carabineros y guardias. Y esta función era la del Teniente Seixas, mando en un pequeño pueblo de frontera, y seguramente pasando la mayor parte de su tiempo en las tareas administrativas que ésta comportaba.
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Yagüe avanzó rápidamente hacia Badajoz con la intención de unir las tropas africanas con las del frente Norte, cerrando toda la frontera portuguesa a la República. En esta carrera muchas poblaciones han sido dejadas a un lado, y una vez conquistada Badajoz estas tropas empiezan su camino hacia Madrid. Atrás quedan las fuerzas de Falange y de la Guardia Civil para eliminar cualquier resistencia que pudiera quedar.
A los pueblos van llegando las noticias de la represión en las distintas poblaciones por las que ya ha pasado la guerra. Por los campos se ven huídos que van buscando la débil posibilidad de la frontera portuguesa, ya que el paso hacia la zona republicana es imposible al estar cortado por el frente que se establece entre las dos facciones. Una columna de unas 8.000 personasintenta el paso hacia el Este, siendo interceptados cuando atravesaban un valle en cuyos montes se han instalado ametralladoras que provocan una gran mortandaz entre los fugitivos.
Así, algunos recorren grandes distancias para llegar desde distintios sitios de Extremadura y Andalucía hacia la zona de Oliva de la Frontera, Valencia del Mombuey y Villanueva del Fresno. Desde allí es más posible intentar dar el salto al otro lado de la frontera.
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La normalidad desaparece de los campos de Barrancos cuando los portugueses observan la cacería que se desarrolla al otro lado del Ardila: hay personas corriendo desesperadas, a veces solas otras en pequeños grupos, a las que siguen gentes armadas. Algunos de los fugitivos caen ante los ojos de los barranqueños.
Los portugueses reaccionan cubriendo la huída de a los españoles que intentan cruzar la ribera: lanzan piedras a los perseguidores para dificultar que puedan tomar a los fugitivos en las miras de sus fusiles, o que intenten atravesar tras ellos el Ardila.
Pero el peligro no termina al atravesar los pocos metros de agua que forman la división entre los dos países, ya que desde la orilla española siguen disparando a los que han pasado al lado portugués. Esta situación termina cuando un teniente de carabineros portugués observa una de estas escenas y advierte a las fuerzas del lado español que responderá con fuego de ametralladora a cualquier disparo que se realice sobre suelo portugués.
Los barranqueños han sido testigos de escenas estremecedoras que siguen presentes en ellos aún en nuestros días: una mujer huye aterrada, carga un saco a la espalda cuando unos disparos la asustan y cae el saco al suelo, e intenta recuperarlo desesperada pues lleva a su hija dentro.
Por los campos portugueses pulúlan desorientados los que han conseguido escapar del horror de la guerra. Mendigan por los chozos y las casas cuando llegan al pueblo, cualquier alimento que les haga recobrar las fuerzas perdidas, los barranqueños responden con una solidaridad y entrega ejemplares. El número de españoles sigue creciendo.
Es septiembre de 1.936. En Lisboa Salazar ha dado órdenes para que no se admitan refugiados republicanos en tierras portuguesas a pesar de su declarada neutralidad. Para él la República Española es un peligro y apoya al bando dirigido por Franco. Francia e Inglaterra tienen sospechas de colaboración entre la dictadura salazarista y los sublevados españoles y anuncian el envío de inspectores a la zona de frontera ante los rumores de expulsión de refugiados. Esto hace que Salazar paralice las órdenes dadas y se oficializa el campo de refugiados que se había constituido en la finca de la Coitadiña, donde se agrupan unas 700 personas, siendo las instrucciones del Gobierno portugués las de no admitir más. Pero el goteo humano persiste y Seixas, bajo su responsabilidad, abre otro campo en la finca de las Ruchanas donde acabarán albergados más de 300 españoles.
Los medios con los que se dota a estos campos son muy escasos, siendo los barranqueños los que, con su altruismo, dotan de los alimentos y artículos necesarios a los refugiados. Incluso algunos españoles han sido alojados en las viviendas de los alentejanos.
Finalmente Salazar acuerda la repatriación de los refugiados a la España bajo el poder de los republicanos. Un único barco saldrá desde Lisboa rumbo a Tarragona: el Nissau. Se envían camiones militares a Barrancos para trasladarlos a una estación de ferrocarril, pero no son suficientes al no contar con el campo secreto creado por Seixas, por lo que éste alquila unos cuantos camiones más.
Los camiones están llenos y dispuestos para la partida, no hay sitio para nadie más. Una mujer española se tira ante los camiones y grita que prefiere morir en Portugal que ser devuelta a España. Su pelo rapado es un certificado de haber pasado por las manos de quienes ahora dominan el otro lado de la frontera. Consigue su billete a Lisboa.
El viaje es largo e incómodo, pero dejar atrás el infierno y la esperanza de la salvación lo hacen llevadero. Son embarcados en el Nissau y escoltados por un contratorpedero de la Marina Portuguesa. Durante la travesía son vigilados de cerca por los barcos del bando franquista, y son sobrevolados a baja altura por algunos de sus aviones.
El mismo día que el Nissau descarga a los refugiados en España, Salazar rompe relaciones con el gobierno republicano.
Seixas es castigado con una suspensión de empleo y sueldo de dos meses y el pase a la reserva. Su carrera ha terminado. Salazar justifica esta represalia por el gasto ocasionado a las arcas portuguesas.
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El próximo 7 de septiembre la Junta de Extremadura entrega una de las diez medallas de este año al pueblo de Barrancos por aquellos hechos. Este homenaje ha sido pedido por varias asociaciones y pueblos extremeños, entre ellos Oliva de la Frontera que hace poco ha inaugurado un monumento dedicado a sus vecinos portugueses.
Este homenaje se dedica especialmente a aquél teniente de carabineros al que una mujer española le besó los pies cuando, desde su caballo, la libró de un falangista que la perseguía.
Seixas explicó su actuación diciendo que no era fascista ni de izquierdas, pero que lo que Franco estaba haciendo no era justo.