De duda en duda

Lo tenía claro, ese día tocaba deambular. Ni pasear ni divagar. Deambular. Porque pasear, lo que se dice pasear, ya lo había hecho la semana anterior. Había recorrido las Ramblas de punta a punta, desde plaza Cataluña hasta el Colón, ida y vuelta, con una escala técnica en la Boquería.

Cultura | 14 de agosto de 2009
Jorge Gomez-Monroy

Había comprado un kilo de asado, medio de mollejas, una morcilla de arroz y dos chorizos criollos, de esos que sólo se encuentran en Blai. El pasear, a diferencia del deambular y el divagar, suele tener un final feliz. Ese día, con un puñado de ramitas secas encendió un par de troncos, se sirvió un vaso de vino y se sentó a contemplar el mar. Siempre había soñado con vivir frente al mar, y ahora que lo había conseguido, venía a descubrir que ese paisaje se había convertido en un mero peldaño en su vida, una breve, pasajera y superada etapa. Quizá por eso, por la inminencia de su partida, ese día miró el mar con otros ojos, inspiró su olor como para retenerlo en el recuerdo y hasta llegó a percibir su sabor, cuando una lágrima aterrizó en la comisura de sus labios. ?El humo siempre me hace llorar?, se excusó en voz alta con una cierta e injustificada vergüenza. Golpeó los troncos con el atizador y los convirtió en cientos de brasas chispeantes. Puso la carne sobre la parrilla caliente, a quince centímetros del fuego, ni más ni menos, como le había enseñado su padre. ¡Cómo hubiera disfrutado el viejo, en una terraza como ésta, con tanto mar por delante!, pensó. Seguramente dedicaría horas a divagar sobre las olas. ¡Gran divagador, el viejo!, siguió pensando con una sonrisa agridulce en los ojos. Y recordó esa visión que verano tras verano, entre castillo y castillo, se presentaba ante sus ojos de niño: la playa, el mar y su padre mirando el horizonte. ¿Qué pensamientos ocuparían su mente joven de aquellos días: la familia, el trabajo, la hipoteca, los golpes militares?

¡Ya estamos en marzo!, recordó súbitamente. Un aniversario más de la ignominia, un año más del principio del fin de los buenos tiempos, el tiempo de las amistades sin peligro y de las agendas inocentes.

Comió lenta, pausada, silenciosamente. Levantó su tercer vaso de vino en honor a sus amigos. Un brindis solitario y solidario, que duró casi hasta el atardecer, fin de su día de paseo.

Pero éste era otro día. No tocaba pasear ni divagar, sino deambular, que es muy diferente. Este día, muy temprano, se vistió con sus mejores dudas y salió a la calle sin rumbo.


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