Isabel, "el chico"

A Isabel le encantaba vestir con camisas de hombre, le hacían sentirse poderosa. Pero tenían que ser de rayitas muy finas. Las camisas lisas le aburrían.

Cultura | 13 de julio de 2009
Tali Viana

?El mundo es de los hombres?, solía decir su madre.

?El mundo es del que lucha por conquistarlo?, pensaba ella.

Pero para ir a la oficina vestía siempre muy femenina. Tacones, minifalda, blusas escotadas. Era en la intimidad, o cuando estaba con sus mejores amigas, cuando utilizaba ropa masculina.

? ¿Has visto qué zapatos más elegantes? ?le dijo un día a su mejor amiga ?. Cuando le dije al dependiente que eran para mí, me miró con una cara. Seguro que pensó que era lesbiana.

?Es que chica, lo tuyo no es normal. Estos zapatos para un hombre son divinos, pero para una mujer, como que no ?le replicó su amiga.

?Tú, como mi madre. Además si es que eres igual, llevas a la niña toda vestidita de rosa. Existen más colores. Azul, verde, amarillo?

?Sigues igual que cuando eras pequeña. Te apodábamos ?el chico?, porque no te gustaba jugar con muñecas. Además, las niñas van de rosa y los niños de azul, como tiene que ser.

Isabel, de pequeña, se rebelaba de su condición impuesta de fémina. Rompía los vestidos y tiraba los lazos a la basura. Regalaba sus muñecas, no le gustaban. Ella quería jugar con los juguetes de sus primos, los cogía y los escondía para llevárselos a casa. Hasta que su madre cansada de oír quejarse a sus hermanas, le compró lo que tanto deseaba: Un juego de construcción.

Isabel era ingeniero de caminos, canales y puertos.

Una profesión mayoritariamente masculina.

No tenía pareja estable, algún romance de vez en cuando, nada serio, hasta que conoció a Roberto. Jefe de obras, hombre tremendamente machista y terriblemente atractivo. Su sonrisa y magnetismo cautivaron a Isabel.

Roberto provenía de un barrio obrero y era el menor de cuatro hermanos. Tres chicas y él.

Sus hermanas eran sus criadas, casi sus esclavas. Como ocurría con su padre, sus deseos eran órdenes que debían ser obedecidas, porque él era el hombre.

El fuerte, el que llevaba el dinero a casa, el rey.

La mujer estaba ahí para servirle, como hacía su madre.

Hombre inteligente, cuando conoció a Isabel vio que era una presa fácil y se dedicó a seducirla de una manera sutil y delicada. Envolviéndola en una nube de intensa pasión desconocida hasta entonces por ella. Pronto, Isabel quedó atrapada en la tela de araña que Roberto había tejido a su alrededor.

Primero dejó de utilizar zapatos de hombre, a Roberto le parecía que no le sentaban bien. Luego fueron las camisas de hombre que no dejaban apreciar sus preciosos senos.

Por último, el pelo. Ella siempre lo había llevado muy corto, pero a Roberto le encantaban las mujeres con melena, así que se lo dejó crecer.

Cesaron las reuniones con sus amigas, a Roberto no le caían bien, eran demasiado pijas, y las tertulias con sus compañeros de trabajo.

Pero, qué importaba si estaba con su adorado amor.

Isabel vivía en una falsa nube de color de rosa, hasta que un día que tenía que salir de viaje. Debía asistir a una conferencia muy importante. Roberto no le dejó.

? ¿Quién eres tú para decirme que no vaya? ?le preguntó Isabel asombrada. Nunca había visto a Roberto ejercer su autoridad así, de esa manera tan brusca.

Roberto la abofeteó y contestó: ?el hombre?.

Isabel, con lágrimas en los ojos, asintió.

Llamó a su jefe para decirle que no podría asistir a la conferencia porque tenía la gripe.

?El mundo es de los hombres?, decía su madre. Y en el fondo, Isabel sabía que tenía razón.


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