CONCIERTO DE MÀRMOL

CONCIERTO DE MÀRMOL

Aunque es verano en Londres, Mrs. Russell va muy abrigada. Lleva un largo gabán, guantes de pana y un gorro tejido como si fuera a esquiar. Ella sabe por qué. Aún en junio, las noches londinenses pueden ser frías si se pasan a la intemperie.

Cultura | 13 de junio de 2009
Lalo de la Vega

Hubiera podido refugiarse en algún rincón cálido de la capital, pero por nada del mundo dejará de estar hoy toda la noche en Trafalgar Square. En esta plaza en pleno corazón de la urbe, una pantalla gigante transmite en directo el ballet Ondina desde la Royal Opera House. Muy cerca del Soho, el barrio de los teatros londinenses, hoy se abre el Royal Ballet para todos.

Mrs. Russel, parada a mi derecha, observa el espectáculo llena de fascinación recostada a la balaustrada de mármol de la plaza. Sin embargo, más que los movimientos perfectos de los bailarines y la coreografía que hace 50 años creara Frederick Ashton, lo que le llama la atención de la puesta en escena son las notas musicales. Sus dedos añejos, enguatados en pana, no dejan de bailar al compás de los acordes sobre la fría baranda de piedra. Sus manos abarcan insaciables la extensa melodía. A veces apoya el índice y el pulgar, otras apunta el anular para dar un toque fuerte o impulsa el meñique para lograr un agudo. Toca el teclado imaginario con tanta precisión que las figuras en el escenario parecen marionetas en sus manos. Cada salto, cada giro de Ondina y su amante, el Príncipe Palemón son reflejados en los dedos de la anciana. Sus guantes gastados por el mármol permanecen quietos sólo cuando estallan los aplausos del final del primer acto en la sala de la Royal Opera House. También en Trafalgar Square aplauden como si estuvieran presenciando el espectáculo dentro del propio teatro. Pudiera creerse que los artistas del Royal Ballet fueran a oír también esta otra ovación por encima del murmullo de la capital, el ir y venir de los famosos buses rojos de dos pisos y el rumor de los típicos taxis negros londinenses. Al final de la calle, elevándose sobre el cielo capitalino, la esfera del Big Beng le hace competencia a la luna llena. Las agujas del reloj marcan las nueve de la noche. La anciana cierra los ojos como si los aplausos fueran suyos. Los disfruta con la mejor de sus fantasías y cuando abre los ojos, yo no puedo dejar de esbozar una sonrisa. Ella, ya de vuelta a la realidad, nota que he estado observándola. Sin más preámbulos, me comenta: ?Es una melodía preciosa. ¿No es cierto? Conversamos durante toda la pausa del primer entreacto. Entonces supe que Mrs. Russell desde niña sintió una gran pasión por la música, y soñaba con una carrera en el mundo de las teclas, los pentagramas y las notas musicales. Nació en Edimburgo, una ciudad al norte de Londres, y en cuanto pudo, vino a la capital a estudiar solfeo. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial tronchó sus sueños. Con apenas 16 años tuvo que tocar otro teclado, el de telegrafista, y servir en el ejército mientras duró la contienda. Luego ya era muy tarde para empezar una carrera. Nunca pudo ser una pianista famosa ni tocar en grandes orquestas. No obstante, se hizo profesora de piano y ejerció el oficio 37 años. De vez en cuando se permitía el lujo de ir a la Royal Opera House, cuando alcanzaba billetes de descuento o invitaciones especiales. Sin embargo, al retirarse tuvo que conformase con ver las puestas en escena por TV o en grabaciones, pues su retiro no le permitía comprar un palco en una de las óperas más famosas del mundo. Su vida laboral terminó, pero no su pasión por la música. Por eso vio los cielos abiertos en el verano del año 2000. Entonces apareció una solución para aquellos que los altos precios eran un impedimento para poder disfrutar de la alta cultura. Fue creado el ?Royal Opera House on the road?. Ese concepto le permite a la compañía poner el ballet y la ópera al alcance de las masas, con ayuda de patrocinadores, usando pantallas gigantes en lugares públicos. Durante este verano el arte ha anidado en Trafalgar Square y en Canary Wharf en Londres, así como en Bristol, Plymouth y otras ciudades. De forma simultánea decenas de miles de personas en todo el país pueden disfrutar la puesta en escena de obras magistrales.

A lo largo del segundo y tercer actos de Ondina, Mrs. Russell sigue tocando inmutable en su piano de mármol. Al bajar el telón final, ella sonríe satisfecha y se despide con un leve movimiento de sus guantes y el contoneo de su largo gabán. Se aleja con el gorro calado hasta las orejas y el corazón inflado de acordes. Con su paso lento la veo perderse por el laberinto de callejuelas de Soho. Ya me ha contado que para la semana entrante presentarán la ópera La Traviata y a finales de mes El barbero de Sevilla. Seguramente va emplear el resto de la semana en repasar los pentagramas, que ya sabe de memoria. Su sueño de una noche de verano es acudir a esa cita con la música. Vendrá muy abrigada, no importa que sea verano. En medio de la multitud, junto a su baranda de mármol en Trafalgar Square, volverán sus dedos a bailar sobre el piano imaginario de la noche londinense.


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