Llovía en París, siempre llueve en París en primavera. Faltaba casi una hora para que saliera su tren. La estación estaba llena de gente extraña. Todos ajenos a los problemas del vecino.
Una señora la mojó con su paraguas, un muchacho que corría para no perder el tren la empujó. -¡Merde!- murmuró el joven. En la cafetería no cabía un alma, no entró. Se sentía perdida, insegura, tan lejos de todo lo cotidiano. Buscó un sitio donde sentarse. Había unas largas filas de asientos metálicos pintados de azul. Casi todos estaban ocupados, se sentó en el primer asiento de la segunda fila. Un viajero con una maleta de ruedas buscaba un hueco y con un gesto le indicó que quería pasar. Ella se levantó para dejarle sitio y de repente sucedió, su mirada se cruzó con la mirada de un desconocido, sintió como si una descarga eléctrica le sacudiese el cuerpo, su corazón empezó a latir más fuerte, fue un instante, una alucinación, un milagro, notó como el desconocido se turbaba por sentir la misma emoción que sentía ella. Se quedaron de pie uno frente al otro, sin decirse nada, mirándose en silencio, un instante, una vida.-Excusez-moi! susurró él, como si supiera que a partir de ese instante siempre fuera a estar en deuda con ella.Ella le siguió con la mirada mientras se alejaba. Él no se volvió.