Esta extraordinaria mujer cuyo torrente de voz la transforma en décimas de segundo?es elegante, sublime y poderosa. Ha pasado desapercibida hasta hoy. Seguramente, al verla, uno piensa que debería estar haciendo croquetas en su casa, y sin duda muy buenas, acaso las mejores. No es guapa y es bellísima. No tiene estilo y es una verdadera princesa. Esconde en su garganta el tesoro oculto más grande de cualquier escenario. Sabe reír como nadie y contonear la cintura mientras espera ser escuchada, y ese movimiento habla por si mismo susurrando: ?Espera y veras, solo déjame cantar?.
Con el numero 43212 pegado a su escote, interpreto uno de los pasajes de ?Los miserables?, haciéndonos sentir cerca del cielo, casi tocándolo con el alma. Dios? Susan Boyle y Dios
Mal peinada, mal vestida, pero bendita entre todas las voces.
http://www.youtube.com/watch?v=dSFP4XfE8jI
La bella rubia del jurado no parece tan bella, se queda en nada, casi nadie, porque Susan se ha convertido en la bella del señor. Ese torrente de voz, esa modulación perfecta y esa entrega incondicional, segura y sin vergüenza, nos demuestra una vez más que los auténticos tesoros siempre están ocultos.
El Risto Mejide ingles no da crédito a esa voz y ríe: Esa risa es atroz, teniendo en cuenta su despiadado oficio. Arranca aplausos locos al público espontáneo, cambia el clima, pone en duda a la propia naturaleza.
Susan Boyle es un monstruo, una garganta noble, una mujer cuya vida ya no será la misma a partir de ahora. Bendita Susan. Guardaba la gloria custodiada por sus Ángeles privados, pero ahora es pública y será notoria. Susan Boyle, hermosa, sublime, escultura tallada a fuerza de vivir y de insistir. El éxito esta servido. La mujer, hecha. Esa voz que acompaña al gesto bondadoso y sencillo de quien se sabe en paz, segura, tremendamente fuerte. No tengo suficientes flores para semejante entrega, pero si una lagrima alegre inaugurando el día de hoy, 16 de abril de 2009: Es el día en que escuche por primera vez la voz de Musan y se me puso la piel de gallina, los pelos de punta, los ojos húmedos y las manos heladas. Y por un momento, no me importo nada más que escucharla. Bella, bella, bella del señor.