La poeta enfermera, la enfermera poeta. Los enfermos, nosotros, personalmente harta de leer a los mismos, escuchar lo de siempre, comprobar que los nombres tan fácilmente impresos te acaban siendo ajenos por su mera insistencia. Tener de nuevo a Isla Correyero, esa mujer azul, la poeta del tiempo en que unas diosas blancas lo acaparaban todo, menos ella.
Diario de una enfermera, dentro de Género Humano, como para abrir boca, libro de considerable grosor externo y documento interno que revuelve las tripas.
Herida, operación a corazón abierto hecha verso.
La piedad no existe para quien observa la belleza.
Leer a Isla es obervarla, mantener la mirada fija sobre el papel, todavía papel, vivan las diosas, y es también esperarla ya muy pasado el tiempo entre tanto poeta muerto, clásico, aposentado, académico, endémico, para llegar muy tarde a la conclusión fácil, inconsútil y tierna: Te estaba esperando, Isla, en honor a tu nombre.
Continúa su libro en Occidente, haciendo historia en un largo paseo por lo propio, recorrido casi urgente en el concepto donde nada se olvida. Moda, maquillaje, anorexia, el triunfo de la bulimia, comprar, tirar, consumir, el look.
Son sus ojos dos libélulas negras volando por la cara.
El viejo Pijoaparte de Marsé, resucitado en aquellas Últimas tardes con Teresa que son las tardes de Isla, puestas desde el asombro que me atiende, leyendo sin cesar cada poema. Madura, rotunda, sabia.
Más de trecientas páginas, el verso, una tercera parte donde la diosa blanca ya es azul en Lepidópteros y me doy por aludida:
Eres tú quien ofende finalmente.
Gracias, Isla. Género Humano, la poesía única.