Se llamaba Angel y ha sido un extraordinario domador de leones. Debutó el día de su 17 cumpleaños, en 1966. Hijo de una contorsionista -Margarita Dordid- y un trapecista griego -Christophol Papadópulos-, nació y vivió siempre bajo la carpa de un circo: Otro mundo.
Quizá más exigente -por distinto- donde la disciplina adquiere un valor tan fundamental como indispensable. El gran Alberto Murroni, lanzador de cuchillos, me contaba cómo desde niño le obligaban a ensayar en la cuerda floja. Hablamos durante horas. Fue una larga conversación de las que no se olvidan: El circo, su dureza extrema, los ensayos y entrenamientos diarios, viajes de un lado a otro... y ese calor familiar creado bajo una gran carpa que se convierte en casa. Llevaba Alberto el guión de una película: "Plauto, recuerdo distorsionado de un tonto eventual", dirigida por Coto Matamoros, en la que tenía un importante papel.
Estaba muy contento. La historia se desarrollaba en "El circo de las alegrías", lugar en el que todos sus integrantes deciden traficar con cocaína para poder seguir trabajando. Era una historia buena, violenta y divertida que pasó sin pena ni gloria, no sé por qué, aunque siempre he creído que hubo una mano negra. La misma que tuvo Angel Cristo, teñida de desesperación, fracaso, dependencias y monstruos. Una fiera mayor que todos sus leones se instaló dentro de él. Lloraba, sufría, mordía, atacaba. Se perdió entre la zarpa de su animal favorito: Una fiera salvaje maquillada de blanco a modo de mortaja.
No consigo, ahora, apartar de mi memoria aquella tarde en su caravana.
Me recibió sin preguntar y respondió a todas mis preguntas. Su vida de menos y sus años de más : 66, con los que se ha marchado esta madrugada, tal vez consigan recuperar la esencia del hombre bueno que se alejó para siempre, en un viaje maldito sin retorno, dañador y dañado. El gran domador indomable, descansa, por fin, junto a la sombra de todos sus leones.