Cientos de miles de firmas de todo el mundo, cerca del millón, incluyendo la del que suscribe, pedían detener esta absurda salvajada, pero en este caso no han logrado evitar un crimen atroz.
Aunque no creo que Davis fuera culpable, pues yo no estaba ahí (como no lo estaban quienes lo condenaron y ejecutaron) no puedo asegurar que fuera culpable o inocente. En cualquier caso, eso no importa, porque tanto si era culpable como si no (mantuvo su declaración de inocencia hasta el final) la pena de muerte siempre será una de las mayores barbaridades inventadas por el ser humano.
La existencia de la pena de muerte no es sino la ejecución de uno de los lastres de los que la humanidad debe librarse con mayor urgencia: el de la sed de venganza.
Si la justicia debe buscar una compensación a un daño por parte de quien ha delinquido, la pena de muerte no cumple el propósito buscado, pues un muerto no es capaz de resarcir nada. A ello hay que añadir el nada despreciable hecho de que la muerte es irreversible y ya son demasiados (uno solo ya lo sería, y son muchos más) los casos en los que la inocencia del ejecutado se ha demostrado tras su asesinato. Y digo asesinato y no ejecución porque ya estoy harto de suavizar con palabras menos fuertes lo que en realidad es algo gordo. Una ejecución es otra cosa. Uno ejecuta una orden, uno ejecuta un programa... Las personas no se ejecutan; se matan, se asesinan.
Y cuando una persona, o un grupo de personas, asesinan a otra sin que esta les haya hecho nada, esta o estas personas no merecen llamarse tales. Me refiero a los jueces y no médicos (lo asesinaron por inyección letal) implicados en la trama. No médicos, digo, porque para ser médico hay que mantener el juramento hipocrático que violaron al matar al condenado. Los jueces cobran por su trabajo; los médicos, también. En los casos de ejecución de condena a muerte cobran por matar a alguien, y ello los convierte en asesinos a sueldo.
Espero que no pase demasiado tiempo hasta que la humanidad recupere (o alcance al fin) la cordura de la que tanto presume y tanto carece. Hasta ese día, a mí, que no me llamen humano. No me identifico con esa bestia.
Lamentemos la muerte de Troy Davis, que es la herida sangrante de un pedazo de lo que llamamos "humanidad".