La eterna amante de Brando, rizada, tan retorcida como cada uno de sus bucles, ha vivido intensamente hasta el día de hoy. Con ella se va el verdadero the end, pegada a la historia que nunca abandonó, víctima -tal vez- de Bertolucci por una escena que no estaba prevista: "Casi me violaron -dijo-. Las lágrimas que se ven en la película son verdaderas". El papel de su vida y la vida hecha papel. Tenía veinte años cuando interpretó una de las películas más escandalosas de la historia del cine. Maravillosa y joven. Redonda, provocadora, dulce, con un ángel distinto que nunca consiguió llevarla más allá. La seguí en El Reportero, la recuerdo también como Antonia Baninni en Cari Genitori, personajes hechos para sí misma o quizá ella sola buscando el personaje.
María Schneider murió ayer en París a los 58 años. Nunca consiguió más que papeles secundarios tras El último Tango. Una actriz para un papel. Perfecta, brillante. Una estrella pequeña convertida en poema, la razón pura y dura de esa generación -la mía- que se desató, atada, ante una historia sublime donde la pasión hecha lágrima, la carne y la muerte, entraron por detrás, con la suavidad forzosa de un trozo de mantequilla. Bertolucci lamenta no haber podido abrazarla por última vez para pedirle perdón.