María Schneider, la muerte de un papel

María Schneider, la muerte de un papel

Puedo sentir cada surco de ese disco negro. El vinilo que ha muerto guardando las trompetas, serenata solemne que despide a María de luto riguroso. Magnífico Barbieri, que se deja llevar y arrastra el único, irrepetible último tango en París. Pena, desgarro , piel y drama.

Actualidad | 04 de febrero de 2011
Consuelo G. del Cid Guerra

La eterna amante de Brando, rizada, tan retorcida como cada uno de sus bucles, ha vivido intensamente hasta el día de hoy. Con ella se va el verdadero the end, pegada a la historia que nunca abandonó, víctima -tal vez- de Bertolucci por una escena que no estaba prevista: "Casi me violaron -dijo-. Las lágrimas que se ven en la película son verdaderas". El papel de su vida y la vida hecha papel. Tenía veinte años cuando interpretó una de las películas más escandalosas de la historia del cine. Maravillosa y joven. Redonda, provocadora, dulce, con un ángel distinto que nunca consiguió llevarla más allá. La seguí en El Reportero, la recuerdo también como Antonia Baninni en Cari Genitori, personajes hechos para sí misma o quizá ella sola buscando el personaje.

María Schneider murió ayer en París a los 58 años. Nunca consiguió más que papeles secundarios tras El último Tango. Una actriz para un papel. Perfecta, brillante. Una estrella pequeña convertida en poema, la razón pura y dura de esa generación -la mía- que se desató, atada, ante una historia sublime donde la pasión hecha lágrima, la carne y la muerte, entraron por detrás, con la suavidad forzosa de un trozo de mantequilla. Bertolucci lamenta no haber podido abrazarla por última vez para pedirle perdón.


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