Hay que admitir, y valorar en su medida, que parte de la población civil intentó impedirlo organizando un cordón humano a su alrededor. No fue suficiente. Al día siguiente, el ejército se hizo cargo de la protección del museo. Demasiado tarde. Inconsolablemente tarde.
Resulta en extremo triste, por no hablar de la rabia que produce, ver como intereses particulares, individuales, de miserables que desde el poder intentan lograr el "todo-para-mi-a-costa-de-todo", condenan a la destrucción los tesoros de la humanidad. Resulta estremecedor ver que valores tan bajos como la sed de poder y de riqueza se anteponen a cosas objetiva e indiscutiblemente más importantes como la trascendencia del conocimiento de la humanidad para las generaciones venideras.
Desde la visceralidad, uno degollaría encantado a los responsables, empezando por el propio Mubarak, primer promotor de este desconcierto social. Y lo es por llegar incluso al extremo de emplear exconvictos liberados a tal fin para que actúen como controladores por su causa, que no es otra que mantener artificialmente su poder. Atroz. Pero así no se solucionan las cosas y, después de calmar el deseo de degüello magnicida, uno llega a la conclusión de que, tal vez, las Naciones Unidas deberían legislar menos tonterías e ir enhebrando la aguja para coser un bloque de leyes que defiendan efectivamente el patrimonio de la humanidad. Podría proponerse, se me antoja casi al vuelo, la aparentemente autoritaria pero a la par preferible medida (preferible por ser un mal menor a pesar de tratarse de una medida muy antipática y políticamente incorrecta) de requisar aquellos bienes que, siendo patrimonio de la humanidad, corren demostrado peligro de migrar al irrecuperable mundo de la inexistencia, como ha sido el caso.
Habrá quien esgrima que no tenemos derecho a actuar sobre los bienes de Egipto. Que requisar sus tesoros sería un robo, un atraco, un asalto injusto y prepotente. Y dicha argumentación es cierta solo aparentemente. Porque lo cierto, y es cierto hasta el punto de ser innegable, es que Egipto ha sido la cuna de la humanidad y su historia es, también, nuestra historia. Tan poco derecho tenemos a arrebatar a Egipto sus tesoros como derecho tiene Egipto de destruirlos. La diferencia entre ambas "faltas de derecho" es que, en el primer caso, el mal es reversible. En el segundo, no.
Me extendería largo y tendido sobre el tema, pero no creo que sea necesario. A nadie se le escapa la magnitud de la tragedia que ha acontecido.
Ahora el mundo es verdaderamente más pobre.