Como uno de los mejor informados en el tema, y tras proponer medidas de convergencia entre las partes al gobierno, el Ministerio de Cultura saca adelante una ley, tristemente discutida por un contenido creado desde el desconocimiento y la falta de contacto con la realidad social de aquellos que deberían representarnos. Y Álex de la Iglesia toma una decisión que le honra: deja la academia. No gana nada con ello, pero se mantiene consecuente, algo que no abunda demasiado en la crisis de valores que actualmente caracteriza a la alienada especie humana.
Casi simultáneamente, Buenafuente rechaza un premio ofrecido por una "revista" que le otorga un reconocimiento como mejor cómico. ¿Por qué? Dicha revista también reserva un puesto al peor. Y como dice Buenafuente: "Esto, no puede ser. Como compañero no puedo apoyar unos premios en los que se humilla innecesariamente la labor de otro cómico".
Rechazar algo por principios no es fácil, y lo digo por experiencia. Yo he mandado a paseo dos trabajos por principios y eso me ha granjeado el desprecio de más de uno. Resulta cómodo suponer que cuando uno rechaza algo, lo importante es fijarse en el feo que hace a otros y que aquello que pierde lo pierde por tonto. En realidad, no resulta tan fácil. Dejar algo, se mire por donde se mire, es dejar algo. Y si lo que se deja aporta beneficios a uno pero perjuicios a otros, y aun así se deja, no debería ser censurado, sino aplaudido.
Estos dos caballeros dan aliento a mi esperanza de que no todo está perdido.