Me recuerda una ley de 1974, año en que Salvador Puig Antich fué asesinado, en la que se prohibieron las acampadas y salidas a la montaña en grupos de más de tres personas. Garzón, sin embargo, no está sólo. Le dejan su apostilla para que pueda buscarse la vida, a modo de burla facha y castigo ejemplar. La mitad del pueblo le aplaude y la otra mitad le suspende. España jamás ha sido una. Ni grande. Ni libre. A las pruebas me remito y este esputo les emito sin ningún tipo de consideración: Nos han faltado al respeto, y al respecto, sólo puedo destilar palabras de protesta. Tengo los brazos extendidos y alzaré el puño izquierdo. Son ellos. Regresan en manada considerándonos débiles, viejos e incapaces. No nos equivoquemos: Esas aves de rapiña buscan su anhelado espacio de posibilidad para macharnos vivos, impedirnos, callarnos, movernos hacia un sentido por el que ya pagamos los de antes, los de la camisa bordada en rojo (ayer), los derrotados, castigados y presos en nombre de España. Que se metan el yugo y las flechas por la loma del orto y la conciencia del otro. No pasarán. Sobre miles de cadáveres históricos se escribe la historia, y los que tenemos memoria exigimos el derecho a ser escuchados. La injusticia cometida con el juez Garzón es un insulto generalizado sobre esa piel de toro que dibuja los mapas. No hay tiempo que perder. Ni un solo minuto de silencio.