La caída de sus dioses, retrato de Dorian Grey, El rey loco, Confidencias... parece que importa poco a estas alturas, puesto que el descenso de Helmut Berger se rinde a la evidencia: Oh, el viejo bisexual, alcohólico, drogadicto...
No más demoníaco que Paulo Coelho hasta los 39. Por lo menos -y ya venido a más- publicó su autobiografía hará unos doce años, y el autoconfeso recuerda sus érase una vez con Mick Jagger, la que fue su esposa Bianca, su tocayo Helmut Lang, Nurejev... entre los viejos muertos y la escasa memoria de otras -te recuerdo, Bianca, señora del anillo perdido en Salzburgo que denunciaste al pobre hombre encontradizo (Bianca Jagger, la señora y el anillo) en busca de otra Cenicienta con rostro de macho: Berger ya no te pone, claro, y el resto del gran público, le quita de en medio mientras él bebe para olvidarse, se mata a pajas o se tira a un astronauta, que me importa muy poco.
De él se habla última.Mente, con esa moralina que acostumbra a dibujarse junto a los pajaritos de alas rotas, posada junto a la golondrina del príncipe feliz, de Wilde, que murió sin estatuílla pero con época dorada.
Helmut Berger vive a las afueras de Salzburgo en un apartamento mínimo donde -tal vez- eructe sin piedad la bebida -por excelencia- del lugar: Red Bull. Borracho de gas y rosas, vocifera como un león enjaulado, y le comprendo divinamente.
Arruinado, descarado, marginal. Es lo que ofrecen los límites cuando se comulga en copón de oro, y en su derecho está de saberse torcido, de sostenerse o vivir sin vivir en sí. Lo dijo en aquellas magníficas Confidencias:
"Pero en la Biblia está escrito:
Ay del que esté solo, porque cuando caiga, no habrá nadie dispuesto a prestarle ayuda...".